10/8/11

La "Historia del Arte" de Yasumasa Morimura



El Japón de la segunda mitad del siglo XX se caracteriza por la quiebra de los valores tradicionales de la cultura milenaria nipona y la rápida absorción de un nuevo modelo político, cultural y económico: el capitalismo occidental. Este proceso - inverso al llevado a cabo durante la centuria inmediatamente anterior, en el que el arte y cultura japoneses ejercieron una gran influencia en la bohemia europea - responde a un intento de poner fin a la grave crisis de identidad que sigue a la Segunda Guerra Mundial a través de la plena identificación con el gigante occidental.

Es en este contexto de redefinición cultural en el que se forma el artista nipón Yasumasa Morimura, que se lanzaría definitivamente a la fama internacional con su propia y caprichosa "Historia del Arte" (1990-1999), una serie que parte de un profundo repaso de gran parte de los iconos de la historia del arte occidental para reflexionar acerca de una serie de dualidades que forman el corpus de la trayectoria artística de Morimura - oriente vs. occidente, propio vs. extrangero, tradicional vs. contemporáneo, original vs. copia, masculino vs. femenino, artista vs. espectador -.

Partiendo de reproducciones de obras maestras de la pintura occidental - Morimura no muestra ningún interés por la ocntemplación de los originales de Leonardo Da Vinci, Diego Velázquez, Francisco de Goya, Édouard Manet, Marchel Duchamp o Frida Kahlo -, el artista crea una escenografía a través de la cual se transforma a sí mismo en obra de arte. Pero su labor no es meramente transformista, sino que existe un trabajo performativo de interiorización de actitudes que alude directamente al proceso artístico, en elq ue las fotografías - presentadas del tamaño en el que el artista se imagina los originales - son tan solo un medio documental que registra y presenta la acción.

Como perfecto conocedor de la cultura occidental y de la suya propia, Morimura introduce en las complicadas escenografías, innumerables elementos extraños - vinculados a menudo con la cultura nipona - que, junto con los títulos que da a sus obras, completan definitivamente el significado de la obra o le otorgan un nuevo punto de vista que favorece la interpretación subjetiva. Así pues, hay un doble placer del espectador en observar las recreaciones kitsch del artista japonés: el disfrute ante sus sensuales y pretendidas interpretaciones y el recuerdo de los magníficos originales cuidadosamente elegidos.

Detras de estas recreaciones - que continúan en dos series dedicadas a Frida Kahlo y Francisco de Goya, dos pintores que se convierten en obsesión, y en la contemporánea "Actress", en la que explora la sexualidad banal de los iconos eróticos del panorama cinematográfico occidental - se vislumbran siempre los mismos interrogantes en torno al concepto de identidad. A través del autorretrato - hay que tener presente la escasa tradición del retrato en el arte japonés dbido a la influencia de la religión Budista - el artista confirma su propia existencia y se convierte a la vez en un intruso que "cuela" sus rasgos asiáticos en el espacio iconográfico reservado a los protagonistas del arte europeo, transformándolos gracias a una especie de omnipresencia creadora y fundiendo su propia identidad con la del icono y todas sus implicaciones.

"Una de mis intenciones es aumentar las posibilidades de mi existencia, lo cual soy capaz de hacer transformándome en un infinito número de objetos y personajes" (1989).



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