24/8/10

The Factory, la orgía del arte


Originalmente llamado Silver Factory - por tener las paredes recubiertas de papel de estaño, espejos rotos y pintura plateada, en una síntesi entre la decadencia y el proto-glam de los sesenta -, La Factory fue un estudio de arte fundado por Andy Warhol (1928-1987) en Nueva York, el 1963.

De la misma manera que las grandes empresas capitalistas iniciaban el boom de los productos de consumo, Andy Warhol se rodeó de sus Superstars - según Warhol, todo el mundo tendría sus quince minutos de fama, y a la promoción de estas efímeras glorias destinaba todos sus recursos, especialmente los económicos - para la elaboración sin tregua de sus serigrafías, películas y, sobretodo, para nutrirlo de ese imprescindible ambiente eróticofestivo que convirtió la Factory en una leyenda.

“No se llamaba The Factory gratuitamente, allí era donde se producían en cadena las serigrafías de Warhol. Mientras alguien estaba haciendo una serigrafía, otra persona estaba rodando una película. Cada día ocurría algo nuevo.” (John Cale, 2002).

Esta cuadrilla warholiana estaba compuesta de estrellas porno, drogadictos, drag-queens, músicos, actores y librepensadores – celebridades como Truman Capote, Salvador Dalí, Lou Reed, Bob Dylan o Mick Jagger tuvieron su sitio en la Factory de Warhol –; que se relacionaban entre sí en escandalosas fiestas, bañadas de una actitud que transgredía las estrictas normas sociales. La desnudez, el sexo explícito, las drogas, las relaciones homosexuales y los personajes transgénero aparecían en la mayoría de las películas rodadas en la Silver Factory, el ambiente permisivo de la cual permitía la constante proclamación del amor libre – en una época en que las costumbres sexuales estaban abriéndose – con la celebración de bodas entre drag-queens, espectáculos porno – que a menudo eran filmados e incorporadas a las películas y orgías bajo el influjo de las drogas.

La Factory, pues, fue un espacio permisivo con clara intencionalidad comercial, un refugio chic para un vanguardismo de dandis y celebridades en drogas y vaqueros, una vitrina en un loft de Nueva York donde un excéntrico Warhol expuso su enorme afición por el coleccionismo de personas. Y precisamente gracias a estos muñecos de la postmodernidad, Warhol se convirtió en el sacerdote de una obra global a medio camino entre el arte y la industria, un venerado tótem instigador de las mayores extravagancias.

Este caótico taller neoyorquino tuvo una actividad artística desenfrenada, se realizaron proyectos de todo tipo: se impulsó la actividad musical de grupos de rock como la Velvet Underground, se filmaron más de quinientas películas y fue el escenario de la colaboración entre muchos pintores. La actividad principal, pero, fue la elaboración de cientos de serigrafías fotográficas, a través de las cuales Warhol descubría al mundo el resplandor glamuroso de las representaciones gráficas más controvertidas – actrices de cine, zapatos, cantantes, armas, políticos, conflictos sociales, accidentes de tráfico, productos de consumo, bombas atómicas, etc. –. Con una técnica propia de la publicidad y el consumo de masas, todo era reflejable como obra de arte, todo podía ser atractivo. Descontextualizaba el motivo, anulando el carácter de la imagen, descargándola de su significación inmediata y convirtiéndola en estereotipo anónimo.

La Factory, en su sí, resultó un engaño que empezó con el simple deseo de fama de un bizarro abanderado de la vanguardia en el que el verdadero arte era una mera excusa, pero que acabó convirtiéndose en una auténtica revolución cultural con indiscutibles efectos sobre la concepción y la història del arte hasta nuestros días.

14/8/10

Friedrich está harto de que al decir Romanticismo uno piense inevitablemente en el amor


Caspar David Friedrich, Der Mönch am Meer
(Monje en la orilla del mar, 1808-1810)
El romanticismo es una reacción revolucionaria – artística, política, social e ideológica – contra el racionalismo de la Ilustración y el Neoclasicismo, dándole importancia al sentimiento. Su característica fundamental es la ruptura con la tradición clasicista basada en un conjunto de reglas estereotipadas, definiendo conceptos que aún hoy constituyen la base de nuestras sociedades: la libertad, el individualismo, la democracia, el nacionalismo, etc.

La libertad auténtica es su búsqueda constante, de ahí su incuestionable rasgo revolucionario; y esta libertad se consigue tan solo a través de la conciencia del Yo como entidad autónoma i fantástica – siempre relacionada con la Naturaleza –, la supremacía del sentimiento y de la creatividad frente a la razón y tradición neoclásicas. Es propio, pues, de este movimiento un gran subjetivismo e individualismo y una exaltación de lo instintivo y sentimental en una actitud de introspección absoluta. El artista romántico debía representar perfectamente este papel de “ser libre” concibiéndose a sí mismo como “Genio creador” de un Universo propio. El estilo de vida de estos artistas, despreciaba el materialismo burgués y preiconizaba el amor libre y el liberalismo político, ideales todos ellos que mellaron profundamente en la personalidad de los artistas romanticistas, la mayoría de los cuales murieron jóvenes – con frecuencia el romántico acababa su propia vida mediante el suicidio –.

Técnicamente hablando, el romanticismo supuso una renovación y enriquecimiento del limitado lenguaje y estilo neoclasicista, dando entrada a lo exótico y lo extravagante, tomando como referencia las culturas bárbaras y la edad media, en vez de las cultas de Grecia y Roma. De este modo, la belleza romántica depende más de la sensación que producen los objetos en quien los contempla, que de las propias características de éstos. El romanticismo abrió asimismo la puerta a la expresión emocional a través del uso expresivo de los recursos pictóricos – color, pincelada, composición y uso de la luz y la sombra – y la renovación del repertorio de temas.

Uno de los temas más radicalmente recurrentes fue el paisaje puro, sin figuras, en con la pretensión de alcanzar la significación heroica de los grandes lienzos de escenas históricas. El paisaje debía, por sí mismo, despertar emoción y transmitir ideas, expresar sentimientos a través de la vinculación de estos a lugares naturales específicos. Caspar David Friedrich ( 1774-1840) resultó uno de los más grandes representantes de estos paisajes en los que se presentaba una intensa devoción hacia una naturaleza apacible, serena, infinitamente superior a la mísera naturaleza del hombre, con la intención de comunicar una reverencia religiosa por el paisaje. En sus obras reflexiona acerca de la conexión espiritual entre la existencia humana y la Naturaleza, contrastando la pequeñez humana frente a la grandiosidad de la divinidad que se manifiesta en el entorno natural.

Las grandes cordilleras, con profundos abismos que generan un vértigo que nos atrae y repele a la vez; los parajes solitarios o las ruinas abandonadas, que nos envuelven en una enfermiza melancolía; los cementerios y criptas húmedas se convirtieron, de esta forma, en el tema predilecto a la hora de reflexionar sobre el efecto sublime – emoción sobrecogedora, entre el temor y el placer – que marcó la revolución romántica.

7/8/10

James Elkins, crítica de la crítica


I am interested in the description of visual experience in fine art, popular art, and non-art images of all sorts, including medicine, law, physics, and other fields; and in the conceptualization of visual experiences in general.

Obsesionado por los números y las presentaciones interactivas de power point, James Elkins - profesor de arte, teoría y crítica del Iinstituto de Chicago y prolífico autor - inclina sus reflexiones teóricas a pensar acerca de cómo pensamos sobre el arte. Sus charlas están perfectamente suportadas por datos y más datos que, a modo de analista obsesivo, va desentramando para demostrarnos que la crítica de arte está floreciendo de manera invisible, fuera del campo visual de los debates intelectuales contemporáneos.

Nadie sabe cuántas revistas de arte existen porque en su mayoría son tildadas de efímeras por las bibliotecas y las bases de datos, pero al mismo tiempo, si obviamos estos breves y concretos textos, la crítica de arte está prácticamente muerta, se produce en masa y se ignora en masa también. Los críticos casi nunca saben quién lee su trabajo – aparte de los galeristas que lo encargan y los artistas sobre los que escriben – y a menudo este público fantasmal ni tan siquiera existe.

Sin principios aceptados que guíen las prácticas artísticas – actualmente mezclados y confusos –, los críticos a menudo caen en la mera retórica, como ejecutores de una profesión para la que no han estado teóricamente preparados – provienen de formaciones de naturalezas muy distintas, y comparten la carencia crucial de no haberse formado como tales, dado que no existe un programa educativo que lo rija –. Con el uso de tópicos y palabras propias del lenguaje de la persuasión – “bello”, “fuerte”, “poderoso” o “enigmático” –, las críticas pueden parecer más completas de lo que realmente son, camuflando el verdadero sentido de las obras de arte, vistiéndolas de conceptos más relacionadas con la publicidad o la literatura que con la producción artística propiamente dicha.

Hay, naturalmente, diferentes categorías de críticos; están aquellos que resultan más juzgadores – suelen centrarse más en el trabajo no hecho que en el realizado por el artista – y aquellos el trabajo de los cuales es más descriptivo – tiene también un punto de sugerencia a pesar de la aparente objetividad con que está hecho –. Pero, en general, están todos condicionados en cierto grado por el propio artista quien, a través de su trayectoria, condiciona inevitablemente el juicio de la crítica.

La crítica resulta pues como las situaciones reales de la vida: pueden ser miméticas, seductoras, triviales, poéticas y bélicas. Pueden impregnarse del amplio abanico de sentimientos humanos y de hecho, no resulta desapropiado, dado que el arte mismo expresa también este extenso espectro.