Santi Moix (Barcelona, 1960) vuelve a su tierra natal después de un exilio voluntario de 25 años en Nueva York; una ciudad que lo acogió de brazos abiertos, ofreciéndole ese idílico espacio de creación de Moix había buscado en tierras muy dispares, en un viaje que de manera subconsciente se ha ido convirtiendo en piedra angular de su obra. Convertido en "nómada moderno" por necesidad, Moix nunca ha renegado de sus orígenes porque "saber de donde eres es un gran concepto para la libertad, supone tener un punto de retorno".
Y ahora Barcelona - la galería Carles Taché en el papel de "padre" - actúa como la metrópolis americana, abraza al hijo pródigo que vuelve a casa, en un justificado paréntesis en esta permanente necesidad de renovación. La muestra Move on surge de este año de trabajo fuera del estudio neoyorquino, constuyéndose casi por accidente a partir de la unión - nada forzada - de tres trabajos de naturaleza muy distinta. Las obras volumétricas de cerámica y caucho, de neutros tonos oscuros, hablan del trabajo fuera del estudio, de la colaboración y el enriquecimiento mutuo, en un complejo diálogo con la pintura, de una paleta cromática rica y vistosa, que se convierte en espacio de reflexión donde el artista muestra la vida interior, contemplativa y solitaria.
El punto de partida de la exposición es una de las coloristas representaciones pictóricas de gran formato que, como "elementos en movimiento", se expanden por la galería, intercalándose con los "productos acabados". Es a través de los ideomorfos circulares que se entrelazan de una forma fluida en estas pinturas, que Moix explica este viaje previo a la "vuelta a casa". Cada país visitado ha dejado una pequeña semilla en su obra, una semilla que ha germinado en Nueva York y que en la Taché nos muestra triunfante su fruto.
En un segundo tramo descubrimos el arraigo a la tierra y el amor por el origen a través de las "terrisses negres" - un conjunto de cerámicas fumadas tradicionales del Empordà hechas en el taller del maestro alfarero Didí y distorsionadas por los retoques del artista, apilados a modo de apéndices eróticos -. Como el niño Fellini, y para contextualizar estas producciones cerámicas, Moix llena una pared entera de garabatos, dibujos y apuntes, de esbozos - en los que las formas animales se funden con la ortogonalidad de una maquinaria extraña - que funcionan como diario gráfico de la experiencia ampurdanesa, rompiendo las fronteras entra la abstracción y la narración.
No es hasta el final del trayecto que, escondidas en una esquina de la galería, descubrimos las curiosas esculturas de caucho - hechas en colaboración con artesanos bereberes y usando como materia prima las ruedas desgastadas de camiones marroquíes -, un grupo de seres biomórficos asustados, descontextualizados, que admiran con una inocencia infantil esta eterna fluctuación de la vida de las pinturas que les rodean.
Las justificaciones teóricas de la temática de la muestra son sobrantes. Resulta difícil, pero, no entrever una actitud un tanto provocadora por parte de un artista más reconocido internacionalmente que en casa, una voluntad de decirle a la ciudad de Barcelona "chínchate". Y, frente a esto, una no puede sino esbozar una sonrisa de complicidad.
[Santi Moix. Move on. Galería Carles Taché, Barcelona. Del 16.09.2010 al 12.11.2010]
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